José Martín /

Papantla, Ver.- Montado en un triciclo desgastado, el pequeño Juan arrastra un camión de juguete lleno de tierra. Su pista está rodeado de bolsas de desechos y zopilotes que se pelean trozos de huesos y carne podrida que fueron arrojados en el basurero municipal; a unos metros, sus papás recolectan botellas de plástico y aluminio, así como cartón para venderlas por kilo.

Bajo un calor asfixiante – de sensación térmica que rebasa los 47 grados centígrados – Juan se divierte con ese juguete reciclado que cuando pedalea, su llanta delantera se tuerce en la rodada, mientras que las dos de atrás parecen destartalarse.

Su mamá, Ofelia Salazar Vega, de 52 años de edad, tiene los brazos quemados por el sol. Su piel morena está enrojecida y sus manos están marcadas de cicatrices causadas por heridas que se produjo al remover la basura y los escombros para encontrar más botellas.

Entre un enjambre de moscas y una pestilencia que golpea la nariz y obliga a contener la respiración, ahí labora la señora; revuelve los costales rotos de desperdicios para desenterrar los plásticos y pedazos de cartón que le sirven.

Así trabaja de lunes a sábado, desde hace diez años, para mantener y dar de comer a sus últimos tres hijos menores de edad. Ellos viven en la colonia Corpus Christi de la ciudad de Papantla.

Todos los días abordan un taxi para adentrarse a caminos de terracería o en ocasiones se “trepan” en los camiones recolectores para salir del basurero; un paisaje solitario que conduce hacia la comunidad Cerro Grande – Escolín donde el Ayuntamiento y otros particulares arrojan un promedio de 90 toneladas diarias de desperdicios.

A unos cuantos pasos, su esposo Jeremías Vázquez Salazar también bate sus pies entre bolsas atascadas de desechos. Agachado, esconde su mirada bajo la sombra de su gorro de color negro, mientras entre sus manos comprime una botella de plástico para finalmente arrojarlo entre el montón que ya recolectó en su jornada.

De pronto – interrumpe la conversación mientras se zafa el guante de la mano izquierda; con su brazo izquierdo seca el sudor que escurre de su frente y comenta – hay veces en que estamos todo el día bajo el sol, pero apenas nos ganamos como 80 pesos.

Por cada kilo de plástico y cartón les pagan un peso. Por eso el reto diario que tienen es llenar más al que le llaman “globos” y que contiene hasta 80 kilogramos.  “Todo el material que sacamos nos están pagando a peso, pero en ocasiones no tenemos precios fijos”, ambos relatan mientras siguen removiendo las bolsas.

Mientras laboran, una parvada de aves de rapiña sobrevuelan a sus espaldas, arrebatándose huesos con carne podrida  y tripas de animales enredadas entre los escombros. Así como ellos, otras personas más, provenientes de las localidades de Agua Dulce y Cerro Grande, Papantla, se ganan el alimento diario gracias a los desperdicios que llegan al basurero municipal.

A lo lejos, el encargado del lugar da instrucciones para que el conductor de un trascabo encienda la máquina y arrastre las bolsas de basura hacia el vacío del terreno. En cada maniobra se escucha cómo se rompen los objetos de vidrio; los costales se revientan, la basura se esparce salpicando aguas negras.

Esos líquidos enegrecidos y pestilentes, escurren hasta al pie de la montaña de basura, se ha creado como una especie de laguna, pero que lentamente se filtra entre la maleza del potrero hasta llegar al cauce de un arroyo que cruza todos esos terrenos hasta perderse entre el monte.

A unos 100 metros de distancia permanece estacionado un camión de volteo esperando a descargar más desechos.

Según el Síndico, Galdino Diego Pérez, ese predio sólo se usará de manera temporal mientras el Ayuntamiento concluye con los trámites para iniciar la construcción del relleno sanitario.
Pero ese proyecto se aprobó ejecutarla desde el año 2008 en la comunidad Sabanas de Polutla, pero que también causó inconformidad entre los vecinos de ese sector poblacional por el riesgo de contaminación y brotes de enfermedades entre los pobladores.

La tarde resplandeciente con un sol que hace arder la piel anuncia que es casi la hora de partir, entonces Juan con sus pequeñas manos agarra el juguete y lo lleva como trofeo de una cansada jornada en el basurero municipal.

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