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Los acuerdos del 2006 y 2018

Por Plinio Soto Muerza

Cuando iniciaba febrero en el ya mítico 2006, la ventaja de AMLO -candidato presidencial por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Partido del Trabajo (PT), y Convergencia por la Democracia (CD)-, era alrededor de 10 o 15 puntos de acuerdo a las encuestas más diversas. Muchos al interior de la Coalición Primero los Pobres, daban por hecho el triunfo irreversible de su candidato. La historia reclamaba una victoria para la izquierda.

La elección del 2006 fue sin duda la gran elección ideológica que haya experimentado México. En todos los debates y foros, se hablaba de la confrontación izquierda versus derecha. Por primera vez estaban nítidas las posiciones electorales con la posibilidad real de que las fuerzas izquierdistas llegaran por primera vez a Palacio Nacional. Atrás parecía quedar el recuerdo del 88, y el fraude electoral contra el Ingeniero Cárdenas. En ese momento de la historia, el nivel de discusión política en torno a las propuestas de la izquierda, se dejaba sentir en la comunidad rural, la vecindad o el barrio urbano más complejo. El sólo nombre de la coalición que encabezaba AMLO, “Primero  los pobres”, no dejaba lugar a dudas de las pretensiones de justicia.

Con encuestas a favor, pocos notaron las consecuencias del llamado Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, el Desarrollo, la Inversión y el Empleo, conocido también como el Pacto de Chapultepec, dado a conocer a finales de septiembre del 2005, e impulsado por el empresario Carlos Slim, y firmado en primera instancia por la totalidad de los hombres más ricos y poderosos de México, entre los que se encontraban: Isaac Saba, Roberto González Barrera, Carlos Hank Rohn, Emilio Azcárraga Jean, Ricardo Salinas Pliego, Antonio Del Valle, Olegario Vázquez Raña y Olegario Vázquez Aldir, María Asunción Arámburuzavala, Alfredo Harp Helú, Claudio X. González, sin faltar claro, Alfonso Romo.

El Pacto de Chapultepec fue respaldado por una amplia capa de intelectuales y personalidades de diversas expresiones, y tenía como objetivo, una generalidad básica: impulsar un gran acuerdo para lograr un mejor futuro de México.

Contra todos los pronósticos, AMLO no firmó el acuerdo. Los candidatos del PRI y del PAN, Carlos Madrazo y Felipe Calderón respectivamente, pronto se apresuraron a firmarlo. Sin saberlo o con conocimiento previo, AMLO de un plumazo se echó en su contra al sector empresarial, que unificaron sus fuerzas para evitar a toda costa, que el candidato de la izquierda ganará las elecciones presidenciales. Un complejo mecanismo de acciones políticas se puso en movimiento desde la derecha empresarial, que incluyó spot televisivos basados en el miedo para asustar a los votantes.

Entre febrero y marzo del 2006, la campaña sucia, la guerra electoral entró a una etapa definitiva. Explotando las debilidades de AMLO, como la famosa frase de “cállate chachalaca”, y la imagen distorsionada del comandante Hugo Chávez, en plena semana santa los golpes mediáticos contra AMLO arreciaron al grado de que en unos cuantos días, la ventaja electoral se hizo añicos.

La capacidad de respuesta de los estrategas de AMLO no contó con la velocidad que les imponía una campaña negra nunca vista en el país. Los spot en radio y televisión deshacían el discurso político de la izquierda. El “peligro para México” tuvo un efecto profundo en la memoria colectiva, y las señales de alarma se activaron en el equipo de campaña de candidato de la izquierda. Sin duda el país observó impávido de lo que era capaz la derecha política, y la caída la resintieron todos los brigadistas de AMLO que todos los días desde casi 4 meses antes, estaban desplegados en las secciones electorales del país.

La revista Proceso en su número 1539, del 30 de abril del 2006, tituló una frase memorable por esos días: “Ante el bajón, la estrategia soy yo”, que retrató con gran crudeza lo que pasaba en esos días en el staff  del candidato opositor.

La contienda entre la izquierda y la derecha, que enfrentó claramente dos visiones de país, con objetivos muy claros entre ambas e insalvables posiciones políticas, tuvo el desenlace que todos conocemos: Una votación cerrada; una diferencia oficial menor al .5% entre el primer lugar y el segundo; La denuncia de un fraude y la confirmación de un triunfo electoral por el Tribunal Federal Electoral, que aun reconociendo la indebida intervención del entonces presidente Vicente Fox, dejó un laudo de impunidad, al considerarla pomposamente no ilegal.

Doce años después nos enfrentamos de nuevo a un proceso electoral presidencial, donde AMLO vuelve a encabezar todas las encuestas que se dan a conocer, pero donde la confrontación ideológica izquierda versus derecha brilla por su ausencia. En el actual proceso, no hay una clara diferenciación de las propuestas de la izquierda y la derecha, es más, lo que existe es un verdadero galimatías electoral, producto de la extraña mezcla de partidos: una izquierda proabortista (PRD) con una derecha mojigata (PAN); una izquierda identificada en las luchas sociales (Morena), con una derecha conservadora (PES), mientras el PRI se mantiene a la derecha política e intenta sacar de su muy lejano pasado alguna idea de compromiso social y nacional, pero en un vano esfuerzo.

Al final, lo que caracteriza a este proceso 2018, es la simple lógica electoral, ganar votos, sumar aliados, vencer en las urnas. Es ese sentido la propuesta de AMLO ha dejado perplejo a sus adversarios, al ir agregando a su proyecto, aliados de las más diversas y hasta contradictorias posiciones políticas: Gabriela Cuevas, Cuauhtémoc Blanco, Tatiana Clouthier, y un largo etcétera, que combinado con las alianzas estratégicas que ya había sumado, como el empresario Alfonso Romo, hablan de un candidato curtido que aprendió de sus errores.

Los que no parecen haber cambiado son sin duda algunos seguidores de AMLO, que desde Morena se cierran a candidaturas externas que pudieran sumarle miles de votos al proyecto AMLO, y se parapetan en candidaturas débiles para diputaciones federales y locales, de propios y extraños a Morena.

Queda claro que la elección del 2018 no es para nada una contienda electoral entre izquierda y derecha, no hay visos de que se enfrenten posiciones ideológicas encontradas en visiones de país. Hay cierto, una contienda que se nutre en el ánimo anti sistémico, y anti PRI; en un ambiente social de rechazo a tanta corrupción e impunidad, a tanta violencia e inseguridad. En ese camino, AMLO ya no tiene que firmar un Pacto de Chapultepec remasterizado, él ya tiene el suyo y durante un año lo presentó al recorrer el país: el Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México.

Si alguien quiere iniciar por entender esta campaña de AMLO 2018, sin duda alguna debe de empezar por revisar todo lo concerniente a la firma del Acuerdo Político que propuso AMLO, ahí está una de las claves para comprenderlo. Lo demás, es historia vida que se está construyendo, pese a los propios tropiezos que desde el interior de Morena se dan.

 

 

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