Bertrand Russell en imagen de archivo.

Por Eduardo Vázquez Reyes/
Círculo Analítico de Xalapa (CAX)
textosyanalisis@outlook.es

Es tan común encontrar críticas al quehacer filosófico de nuestros días, pues razones hay de sobra. Una de ellas es la idea según la cual el filósofo no tiene nada que ver con lo social. Esta postura se encuentra inoculando los recintos del conocimiento, de la formación académica. La misma ha degradado el libre juicio y la reflexión sensata.

Esta penosa visión del pensador en general, y del filósofo en particular, no está muy de acuerdo con algunas de las monografías de intelectuales, escritores, ensayistas y amantes del buen saber justificado y riguroso. Por lo contrario, la real actividad filosófica no se reduce a producir ideas sólo al gremio en el cual se encuentra. Va más allá de las puertas de la institución.

El intento de llevar la teoría a la práctica ya tiene sus mártires. Los casos en los cuales a partir de una reflexión se ha intentado efectuar la libertad de pensamiento son muy conocidos, muy vastos. No digamos más al respecto pues no acabaríamos en breve y nuestra idea central en este espacio se perdería por completo. Pasar del mundo de la abstracción (ideas especializadas y teorías complejas) al de la existencia cotidiana no es cosa que resulte fácil. Jamás lo ha sido. Sin embargo, es todo un objetivo apremiante de quienes consideran que el impacto social de las meditaciones es un factor capital del quehacer intelectual. Bertrand Arthur William Russell es uno entre tantos personajes que la historia del pensamiento nos permite releer para colocarlo en las discusiones contemporáneas.

Aportaciones al pensamiento abstracto

Bertrand Russell (1872-1970), matemático, lógico y filósofo británico, es un ejemplo de la relación entre filosofía y sociedad. Su obra es conocida por los estudiosos en la llamada Filosofía de las Matemáticas, así como quienes atienden a la reflexión en el campo de la Lógica (estudio de los razonamientos). Dentro de lo académico es totalmente sabido que fue uno de los mayores representantes de los problemas y discusiones dentro de la historia de la filosofía contemporánea, sobre todo de aquella que abarca la primera mitad del siglo XX.

Su labor eje al campo de la filosofía fue la construcción, junto con otros matemáticos como George Boole, Giuseppe Peano, Gottlob Frege y Alfred Whitehead, de la lógica moderna o clásica, perfilada al estudio del razonamiento deductivo o de corte matemático. Destaca en esta labor lógica, entre otras cosas, la implementación del análisis, lo cual dio paso a la creación de la Filosofía Analítica entendida ésta como una actividad de esclarecimiento lingüístico y conceptual: se intenta saber qué debe entenderse por una afirmación determinada y si ésta es sostenible, si hay razones suficientes para creer en ella.

En este tenor en el Russell más estricto o abstracto sobresalen sus textos “La lógica de relaciones” (1901), Los principios de las matemáticas (1903) “Sobre el denotar” (1905), Los problemas de la filosofía (1912), La filosofía del atomismo lógico (1918), entre otros. De éstos se desprenden sus teorías más relevantes de aquellas dos primeras décadas del siglo XX, a saber: la teoría de las descripciones definidas y la teoría del atomismo lógico; ambas, fuentes de lo que en su momento de la historia filosófica fue llamado el nuevo análisis lógico, el cual consiste en conseguir algunos objetivos específicos: claridad, precisión, rigor y exactitud en el significado de las afirmaciones realizadas en el lenguaje del sentido común o también conocido como ordinario: el de la vida cotidiana.

En efecto, la lógica –considerando también algunos campos cercanos: Semántica, Epistemología, Sintaxis, Ontología, etc.- se vio beneficiada por las aportaciones de Bertrand Russell y, lo que hoy conocemos de esta ciencia formal, es, en gran medida, parte del legado de las reflexiones del filósofo padre del movimiento analítico.

En busca de una sociedad con libertad de pensamiento

Russell estableció discusiones, problemas, teorías y debates en torno a las áreas más abstractas de la filosofía, como ya hemos señalado. Pero su labor reflexiva y práctica para nada se redujo a los arduos tecnicismos de dichos campos. Si bien es cierto que gran parte de sus elaboraciones conceptuales y formales tuvieron una inclinación muy especializada, también cabe añadir que de ellas emanan usos, críticas y propuestas a otros sectores humanos, tal es el caso de la ética, la política, la educación y la religión.

En esta línea de reflexión apeló, en la mayoría de sus ensayos de corte social, al interés por el libre pensamiento, por la lucha en pretender rebatir las creencias (afirmaciones) injustificadas y sin bases firmes en la racionalidad. Para él, el individuo debería atender más a la consolidación de su criterio personal que a caer en el fanatismo de cualquier tipo.

En esta dirección la idea de creencia es fundamental. Por ella debe entenderse el aceptar como verdadero o no un enunciado que declara algo, como los siguientes: “La política en turno es buena”, “Dios existe”, “El comunismo no es una alternativa adecuada”, “A muchos medios de comunicación sólo les interesa el convenio”, entre otros casos. La creencia es la base de actitudes y acciones individuales y hasta colectivas. De acuerdo con Russell, muchas de las ideas que del mundo se tienen y de las formas de proceder en cualquiera de sus ámbitos (moral, educación, ciencia, religión, política) se debe a las ideas que están como fundamento de tales concepciones, es decir, a ciertas creencias que sirven de sostén.

Por ende, siguiendo la argumentación de Russell, podemos afirmar que es labor del filósofo analizar estas creencias y ver si en realidad tienen algún fundamento sólido, firme, estable. La relevancia de esta actividad intelectual tiene como justificación que muchas de las acciones que se han tenido que lamentar parten de fanatismos, de creencias irracionales, sin un soporte lógico. Y es el meditar sobre nuestras creencias o la de los demás lo que da sentido a la práctica del minucioso análisis.

Esta idea russelliana es compartida por el filósofo mexicano Luis Villoro, quien en la introducción a una compilación de textos sociales, éticos, educativos y políticos de Russell afirma: “Filósofo es quien intenta liberar las mentes de las ideas aceptadas sin discusión, quien pone en cuestión cualquier opinión, cualquier pretendida verdad que no haya sido debidamente analizada y comprobada por la propia razón”.

Así pues, poner en duda de manera racional muchas de las afirmaciones establecidas tiene como resultado el camino al libre pensamiento, al punto de vista congruente, sensato, ávido de un conocimiento preciso. Podemos afirmarlo categóricamente sin temor a caer en el error: eso es el pensamiento; o en palabras del propio Russell: “El pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría leal del pasado. El pensamiento es grande, ligero y libre, la luz del mundo y la mayor gloria del hombre”.
Textos como Autoridad e individuo (1949), Principios de reconstrucción social (1916), Crímenes de Guerra en Vietnam (1966), o los artículos breves “Cómo se podría organizar el mundo”, “Las doctrinas como fuentes de poder”, Ideales políticos”, por qué no soy cristiano”, “Necesidad de un escepticismo político” son algunas de las obras en las que las ideas más sociales de este autor-las del Russell más accesible- pueden ser revisadas.

Ahora bien, la parte práctica de Russell no se define sólo por sus ensayos o libros de índole social, sino también por su activismo. Recién entrada la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se opuso a la violencia que este tipo de circunstancias y acciones políticas genera. Pero no sólo eso. Más adelante optó por la desobediencia civil con la finalidad de protestar ante los ataques nucleares, lo cual los llevó a prisión. Sin embargo, sus objetivos como activista siguieron en pie.

Toda esta ambición de hacer de la Filosofía Analítica una reflexión rigurosa a la vez que un método para la vida práctica tiene sus bases en una personalidad que creía en el desarrollo de una sociedad sin menos prejuicios y con mayor amor a la verdad y al libre pensamiento y, claro está, a las acciones que de éste devienen. Este es el legado del pionero de la actividad analítica en Filosofía, así como de un gran humanista del cual sólo me he limitado a una pequeña nota.

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