Kairós

Amor, amor qué malo eres

(Ahora para ti soy vagabundo, que va por el mundo como un criminal)

 Francisco Montfort Guillén

Se vestirá con su largo vestido rojo el día de nuestra cena. Yo se lo pedí. Así me lo prometió. Quería ver en persona esos senos redondos coronados por sus duros pezones, como las breves tunas en el gordo nopal que crecen en mi rancho, allá en dónde nací, precisamente en Badiraguato, en La Tuna. Quería verla arrebatadora, sensual, dominante, exquisita, seductora. Fue el día en que la vi así, en esa foto, cuando me decidí a contactarla. Se convertiría en mí acompañante. Ya no sería más la etérea heroína de una telenovela, la mujer de coraje que muestra tan fielmente mi mundo, este universo de aventuras permanentes. Esta vida sin sosiego ni calma, de excitación continua,  de días y días de sólo pensar en nada más que en la acción del momento siguiente, en el negocio por venir, en el cuidado permanente de mi persona para evadir a mis captores, para evitar la venganza de mis rivales.

Se me fue metiendo en el alma de poco a poco, más y más conforme veía, una y otra vez, esa serie de televisión en donde ella luce como hembra dominante. Como a mí me gustan las viejas. Y ese poco a poco que movía mi corazón lentamente, persistentemente fue convertido en un torrente  de sensaciones y deseos que me envolvió y me puso a pensar en aventuras amorosas, en escenas de pasión sexual invenciones de mis delirios, pesadillas que llenaban mis noches en la sierra, acostado en el suelo y sin comodidades y  a salto de mata. Llegó el momento en que su sola imagen me provocó el calor fuerte y continuo que me colorea la cara antes de empezar a sentir una erección. Bastaba ver su cuerpo y su cara en la televisión para que esta sensación sexual me tocara con su gracia y su desgracia, porque el preámbulo de la erección ya no significa en automático la elevación rígida de mi hombría.

Me dirigió una carta, o un mensaje o un correo. Bueno, no lo escribió directamente para mí, sino que lo escribió y lo dio a conocer. Y leí: que confiaba más en mí que en los políticos que dicen puras mentiras o esconden verdades. La verdad que la noticia me hizo sentir bien, como gente, como persona. Como alguien importante fuera de mi negocio. Creo que era la primera vez en mi vida que una persona me concedía públicamente una cualidad. A parte de mi madrecita, claro está. No me calificó ni de bueno ni de malo. Tampoco me halagó por tenerme miedo. Ni me conocía ni la conocía. Y tampoco se cruzaba por nuestras mentes encontrarnos personalmente para conocernos. Creo que fue una bendición de Dios que una persona buena me dijera algo bueno. No era yo, para ella, el monstruo que todos dicen que soy. Me hizo sentir humano. Como cualquier bato. ¿Qué yo traficara con el bien? Eso me pidió. Yo no sé qué me quizo decir, ¿Qué es traficar con el bien? ¿Qué es? ¿Cómo se hace? Yo hago negocios con drogas. Yo ayudo a los que me ayudan. Y castigo a los que me estorban o quieren hacerme daño. No tengo tiempo para más. El resto es vivir en la clandestinidad y soportarla en medio de diversiones, de fiestas con alcohol y mujeres, muchas mujeres, mucho alcohol.

Pero la Morrita poco a poco se me fue metiendo aquí mero, adentro del pecho. No sé si era amor o deseo pero algo fuerte dentro de mí me impulsaba a ver su imagen diariamente. Desgasté las películas en donde ella luce como lo que es para mí: una verdadera reina. Y con el tiempo me puse en contacto con ella a través de mis ayudantes. Y ella me respondió de buena ley. Y lo que era una fantasía se fue convirtiendo en una relación real y directa. Nada nos separaba. Ni la distancia física. Ni las ciudades ni las costumbres. Ni nuestras vidas tan diferentes. Ni las clases sociales. Nada de que yo soy un canalla y que ella era decente. Nada.

Nos encontraríamos. Nos veríamos frente a frente. Donde nadie nos juzgue, donde nadie nos diga que hacemos mal. Donde no haya justicia, ni leyes ni nada, nomás nuestro amor. Sentí que mi poder crecía y al mismo tiempo se debilitaba. Aumentaba al crear estos lazos con alguien tan bella y famosa. Y se debilitaba mi imperio, por que ponía en riesgo mi seguridad. ¿Cuál seguridad? ¿La externa, la que me cuida de  los miles de soldados, marinos y policías que me persiguen sin encontrarme? ¿O la interna, la que me enfrenta como hombre a la hora de mi verdad con mi capacidad amatoria? Porque morras he tenido de a madres. Y todas bellas y buenotas. Una miss es mi esposa. Pero he tenido a varias misses de concursos de belleza. Y a muchas más mujeres hermosas. Pero nunca a una mujer como Ella, dueña de sí misma. Dominante, y en el fondo, sola y temerosa, como somos todos los que andamos agobiados por la fama a cuestas.

Despacito, muy despacito se fue metiendo en mi corazón, con mentiras y recaditos, la fui queriendo con mucho amor. <<Independientemente de nuestro proyecto, me da mucha ilusión verte a los ojos en persona>>. Eso me escribió. ¿Cómo debería yo tomar esta frase? ¿Me quería conocer o sólo le intrigaba verme a la cara, fijar mi rostro para su película? ¿Qué descubriría en mis miradas, las llamas de la fría indiferencia cuando doy las órdenes de matar a unos hijos de la chingada? ¿O el amor que me había despertado y que crecía día a día, al mismo ritmo en que me cercaban los sardos y los marinos, juego que me excitaba como siempre me ha excitado el peligro? <<No duermo desde que te vi, estoy emocionada con nuestra historia>> me escribió en otro momento. Y yo le respondí: <<Te cuento que yo estoy más emocionado en ti que en la historia, amiga>>. Y ella: <<jajaja… Me encanta saberlo.: me chiveaste amigo>>. Esa fue su estupidez.  ¿Cuál historia le interesaba? ¿El cuento de una película sobre mi vida? ¿O nuestra historia personal que yo sentía crecer y asegurarse cuando ella me dijo: <<Te comento que me siento protegida por primera vez>>? ¿Era una mujer finalmente frágil y yo podía ofrecerle algo más que un ardiente afecto, nacido en la soledad de la sierra? ¿La podría yo proteger, en verdad podría hacerlo? Pero ¿proteger de qué? ¿De quién? ¿De Luis García? ¿De sus propios fantasmas?

<<Ten fe en que estarás a gusto. Te cuidaré más que a mis ojos>> se me ocurrió contestarle. ¿Qué cosas se le pueden decir a una mujer de esta clase, de esta categoría, después de que me dijo “que la chivie” con mi confesión de mi interés por ella y no por la historia que quería contar de mí? No lo sabía. No lo sé. Y ahora me veo en esta primera foto, después de mi captura, con la mirada perdida. Apesto a madres, enlodado por las porquerías de las alcantarillas. Me lastimé mucho la espalda por correr agachado en los drenajes. Me veo con apenas una camiseta puesta, sucio, derrotado.  ¿Por qué bajé la guardia? ¿En qué momento cedí a la tentación de encontrarme con Kate, sin importarme nada de nada, ni mi seguridad, ni mis negocios, ni mi familia, vaya, mi vida entera? Esta es mi estupidez.

Me lastimarán. Me humillarán como yo los humillé con mi escape. El Gran Escape del Gran Chapo. ¿Y todo para qué? ¿Para regresar de dónde vine? Sin mi libertad mis negocios seguirán, aunque ya no me beneficien sólo a mí. Conmigo en la cárcel, el tráfico de drogas continuará. Nada parará este negocio. Ni detendrá la violencia. No mientras se pueda comprar a esos hijos de la chingada de policías, y jueces y ministerios públicos. Y a los putos políticos. Porque no existen castigos reales. Porque la cárcel es poco precio a pagar por dedicarse unos años a disfrutar de la vida de millonario.

¿Qué si me arrepiento? ¿De qué tengo que arrepentirme? Yo personalmente no he matado a nadie. He hecho muchos grandes negocios, aunque al principio no fue así y tuve que arriesgar mi vida muchas veces sólo por un poco de pinche dinero. Los enfrentamientos a balazos forman parte de las actividades infernales de este negocio. Y para algunos batos es más que un negocio: es su trabajo y para muchos otros hijos de la chingada hasta es una necesidad y para algunos malandros una diversión. Es un juego: hoy les toca a ellos darles piso a los rivales. Mañana les puede tocar a ellos ser la diversión de otros más cabrones que ellos. Esto es el día a día de nuestras vidas. La atracción por el vacío.

¿Qué pensará Ella? Tal vez quizo quedarse, cuando mi vio mi tristeza (en la fotografía en que estoy en el asiento trasero del carro en que me subieron, junto con mi compadre y guardaespaldas, que valió para una chingada), pero ya estaba escrito que aquella noche perdiera su amor. O bueno: perdiera mi encuentro con Ella. Kate vestida de rojo encendiendo mi mirada con sus senos turgentes y sus pezones firmes por el deseo. Yo y mi camisa de corte tropical. Yo y mi tinte just-for-gay, como me bromeaba mí pinche compadre pendejo. Yo y mi reserva de testosterona para ayudar a mi cansado organismo desgastado por las drogas y el alcohol que antes consumía. Yo y mi triple ración de viagra sobre el buró de la cama, a dónde pensaba llevarla y que quedó sin utilidad alguna, mudo testimonio de lo que pudo haber sido y no fue.

Carajo y más carajo. Si ya nos habíamos escapado de los marinos, militares y policías mexicanos y policías gringos. Pinches ojetes. Dicen que me capturaron. ¡Ni madres! Fueron unos anónimos policías, dos agentes federales, apenas dos pinches policías que nos interceptaron de puro churro y que mi compadre no liquidó, policías pobres que no aceptaron mis sobornos, esos ofrecimientos que hacen tan felices a muchos de sus jefes y a otros superiores, judiciales y políticos que tengo en mis filas y que ahora tendrán que ayudarme de otra manera. Y ni hablar. Si nos dejan nos vamos a querer toda la vida. Si nos dejan te llevo de la mano corazón y ahí nos vamos. Si nos dejan de todo lo demás nos olvidamos. Mjú. Ya ni pedo. Pinche país que me hace más famoso a mí que a sus encumbrados políticos, sociedad jodida que me considera un héroe y que ni siquiera ha dedicado siquiera un artículo completo a los dos policías que en verdad me apresaron. Porque me venció la honrada conducta y la sensatez de dos mexicanos jodidos, trabajadores, humildes como hay millones. Pero eso no les importa a la mayoría de los mexicanos. Les importo yo, mi vida y mi fama. ¿Qué país puede progresar con esta inversión de valores? Me cago en mí.

 

 

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