Fotografía de Alan Morgado. http://culturayocio.com.mx/

Cecilia Gallardo / Cultura y Ocio

Salimos de Orizaba. El termómetro había descendido a la temperatura ideal para ir al campo, 21 grados; el sol nos dio tregua, evitando que se nos acartonara la piel.

La primera parada fue Fortín de las Flores. Muy cerca del centro de la ciudad, nos detuvimos en la desviación a la comunidad de Zapoapita, conocida por su estación de bombeo de Pemex y anteriormente, por su ingenio azucarero.

La Hacienda de Zapoapita, enclavada en este poblado, a siete kilómetros de Fortín, comenzó a funcionar en 1896 como un trapiche, propiedad de la familia Rincón Blanco.

En 1956, Zapoapita cambió de administración y los nuevos encargados lo trasladaron a una zona virgen en caña de azúcar, a las afueras de Pánuco, Veracruz, donde se instaló en 1964.

Las siluetas de quienes trabajaban en el ingenio de Zapoapita se evaporaron.

Durante 60 años, lo que fuera el pequeño establecimiento que producía piloncillo y alcohol permaneció abierto al calor, la humedad y especies vegetales y animales, propias del lugar.

Llegamos a la entrada, cubierta de vegetación. Pisamos maleza, trozos de concreto, tierra y entramos por un pasillo fresco que conduce hacia dos alas; a la izquierda, un cuartón en cuyo muro derecho se aprecia la primera pieza de ‘Caverna’, una de las obras más recientes del fotógrafo Alan Morgado.

“Un espacio de iniciación e introspección psicológica que le permite al hombre recluirse para interiorizar y encontrarse”, dice el autor. Su título proviene de la ‘caverna’ a la que se refería el teólogo francés Jean Chevalier.

Es la primera intervención que Alan hace a un espacio, que trata de “acercarte a generar una nueva lectura del sitio de una manera respetuosa, no sólo ocuparlo, sino ofrecerle algo e interpretarlo”.

Son diez imágenes, la mayoría abarcan paredes de piso a techo y se integran al paisaje arquitectónico: a las sombras, a la luz, a las raíces muertas y a las nuevas que se acoplan a la composición.

Alan recrea atmósferas donde incluyó personajes sin rostro, íntimos para él, y que con el paso de los días van deformándose y perdiéndose, como le pasó a los obreros que habitaron este casco abandonado.

Una vez que visitó el lugar y se sintió atraído, el artista realizó una serie fotográfica. Cuando la tuvo por primera vez en sus manos, sin visualizar el proyecto de intervención –comenta–, las impresiones solas no le decían nada y encerrarlas en un recuadro resultó insuficiente.

“Un marquito para fotografías no era adecuado, y montarlas aquí mismo, donde se hicieron, fue como fertilizar el sitio”.

Normalmente la fotografía se concibe en un formato cuadrado, dentro de un marco, plana. No le das cabida a una foto sin forma, que adquiera volumen, que esté arrugada y tenga diferentes matices, expone. Como fotógrafo, destaca, siempre se lucha contra su degradación, la pérdida de la obra.

“A mí en este caso eso me interesa. Aquí, la pieza no estará completa hasta que deje de existir”.

Alan habla del deseo de cubrir un aspecto más personal en su trabajo. “Siempre he creído en este tipo de fotografía, ponerle rostro a algo que no conoces, para enfrentarlo y acercarse”.

Detalla: “Es como si pudiera meterme en diferentes capítulos o pensamientos, en cada cuarto, y al mismo tiempo tener el espacio de reflexión para enfrentarlos”.

Después del montaje, a principios de abril, las imágenes impresas en papel bond, con inyección de tinta a base de agua resultaron ideales para adaptarse al escenario, se han apropiado del lugar, o viceversa. Las sombras de las fotografías juguetean con los claroscuros, resultado de la luz natural.

“La humedad es mi aliada”, afirma Alan. La infiltración ha causado que las obras de gran formato se fundan con los muros, reflejando efectos, movimiento, texturas, nuevos olores y la sensación de un sitio vivo.

Se integran a las raíces, al follaje de los árboles que han crecido y echado hijos alrededor de la casa, “se han adaptado casi de manera natural”. Es una clara descripción de la simbiosis.

En varias de las diez fotografías se aprecian arrugas, especialmente una de 4.5 por 9 metros que se ubica en el último cuarto, en la planta alta, que por ser la más cercana a una ventana está siendo absorbida por el sol y enverdece.

A más de dos meses de su colocación, algunas están más humedecidas, lo que las hace más imponentes, y otras se han despegado de los muros, pero aún se pueden apreciar.

“A diferencia de una exposición en un espacio iluminado y cuidado, aquí no hay una obra favorita porque la foto en sí no es la protagonista, lo importante es el proceso de degradación que llevan todas en conjunto”.

Ésta es la etapa más destacada del artista, cuando se enfrenta a lo personal y a lo abstracto. Con timidez, acepta que prefiere contemplar su trabajo solo y no acompañado de visitantes.

Para llegar al sitio basta con preguntar en Zapoapita por la entrada al ex ingenio, ingresar al inmueble y no temer a los murciélagos, que reciben a los curiosos con espectacular danza en los oscuros techos y ocasionalmente bajan a dar la bienvenida con un revoloteo cercano.

Alan Morgado, fotógrafo graduado de la Universidad Veracruzana y acreedor a becas para estudiar en el extranjero, es un hombre sencillo que carga una mochila de doble asa donde guarda su cámara enfundada y un lapicero…

… Y es quien, sin promoverlo, después de cincuenta años le cambió el alma a Zapoapita.

Fotografía de Alan Morgado, http://culturayocio.com.mx/
Fotografía de Alan Morgado, http://culturayocio.com.mx/

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