Entre Columnas

Martín Quitano Martínez /

El país recorre un largo y sinuoso camino de desgracias cobijadas en la impunidad, la corrupción, en las arbitrariedades resultado de la complicidad y las representaciones políticas y de gobiernos encubridores, omisos ante sus responsabilidades.
El entramado social e institucional se rompe. La violencia camina sin contención, las víctimas se cuentan por cientos de miles. Frente a ella, nada o poco parece poder hacerse; territorios perdidos, sociedades completas sumidas en el terror y el abandono. La debilidad de las instituciones, de los gobiernos, para enfrentarla, es una de nuestras principales tragedias.

Dentro de lo mucho que tenemos que hacer para revertir nuestras problemáticas, se requiere rescatar el ejercicio de la ley como garante de la justicia, como punta de lanza para romper las inercias de ilegalidad que acentúan nuestras debilidades. La discusión sobre los cambios que merezcan las leyes, tendrán que establecerse en los marcos previstos, asumiendo el rompimiento como respuesta a su falta de aplicación, a la arbitrariedad con la que actúan muchos, pues de lo contrario equivaldría a reivindicar la justicia en propia mano.

Recuperar las instituciones para significar el reconocimiento de sus fortalezas y debilidades, promover los ajustes y cambios que las mejoren dentro de los marcos legales. Nunca como ahora requerimos los encuadres en las leyes para generar alternativas cimentadas, y transformarnos.

Como en otras partes del mundo, nuestra democracia está bajo asedio. Para muchos conciudadanos los resultados obtenidos en su imperio son desastrosos, pues se le achacan los peores errores económicos, políticos y sociales, que nos han puesto al borde del abismo. A los ojos de muchos nuestras condiciones derivan de esa democracia discursiva que no da resultados positivos más que a unos cuantos, que solapa vicios y lastima a las mayorías. Ciertamente existe una crisis respecto de esa democracia que prometía darnos un mundo mejor.

Las circunstancias en que vivimos muchos millones, generan un descontento de tal magnitud que abren las puertas del autoritarismo como opción. Los pensamientos y verdades únicas, la exclusión y los sectarismos, el cancelar la diversidad y la pluralidad. La necesidad de tener gobiernos fuertes, que poco reconozcan de encuadres legales e institucionales, pero que pongan orden, que brinden seguridad. Todas estas son ideas que se van abriendo paso y que rompen principios que dan sustento a la vida en democracia. El hartazgo, nuestros miedos y agotamientos pueden ser aprovechados y convertirse en terreno fértil para posiciones que disten mucho de ser democráticas.

Por ello debemos transformarnos resguardando las libertades, garantizando la existencia de pluralidad y representaciones sociales que den vida a una democracia que de buenas cuentas, que dentro de ella se resuelvan nuestras carencias, que se construyan nuevas formas de ejercicio público y político, que se garanticen los derechos y los accesos a una vida social y privada digna, donde la convivencia reconozca y respete la diversidad, donde la tolerancia pueda recrease.

Los retos no son menores y lograrlo costará mucho más que la suma de buenas voluntades. En los tiempos por venir también se necesitará de capacidad y compromiso individual y colectivo. Fortalecer responsabilidades políticas que trasciendan las ocurrencias y atemperen las rijosidades, que cierren la intolerancia y den paso al diálogo y a propuestas serias, porque en este momento el horno no está para bollos.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Hasta cuando Coatepec, Xico y Teocelo seguirán como rehenes de Antorcha.

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