Juan José Arreola, fotografía toma de Periódico Zocalo.

Ciudad de México.- “Escuchábamos con arrobo a Juan José Arreola, y nos mantenía en vilo con la fascinación de sus palabras. Recitaba en español y francés, nos introdujo de manera luminosa en los caminos de la literatura. Fuimos una generación afortunada”, afirmó Luz Elena Gutiérrez de Velasco, quien abordó la faceta de Arreola como docente.

La Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) organizó la mesa redonda El prodigioso Arreola, como parte de las celebraciones por el centenario del natalicio del escritor Juan José Arreola, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Geney Beltrán, coordinador nacional de Literatura del INBA, dio la bienvenida a Sara Poot-Herrera, Luz Elena Gutiérrez de Velasco y Margo Glantz, a quienes calificó como tres conocedoras del universo literario de Juan José Arreola.

La primera en hacer uso de la palabra fue Sara Poot-Herrera, doctora en Literatura Hispánica, quien leyó un texto titulado Juan José Arreola y su inventario de mujeres artistas. Además, indicó que, desde principios de los años cincuenta, el autor jalisciense estuvo atento a los avatares culturales de su época y sus escritos sobre artistas podían considerarse oro molido.

Hizo referencia a la reseña de Arreola sobre la exposición de Lola Álvarez Bravo, en una galería de la calle de Amberes; al homenaje que realizó a Remedios Varo, de la que incluso tomó algunos de los personajes de sus obras para crear una narrativa, y a su relación con María Izquierdo y Angelina Beloff. También escribió sobre Amalia Hernández, de quien menciona su audacia y fuerza creativa. En teatro comentó la labor de Nancy Cárdenas y Rosenda Monteros, entre otras artistas de la época.

El arte va ligado a nexos de amistad, señaló Poot-Herrera, e hizo alusión al lazo que lo unía a Pita Amor, quien le dedicó uno de sus sonetos. “Juan José Arreola, nunca estuvo aislado, siempre se rodeó de mujeres artistas, sobre las que escribió sus aportaciones en la cultura”.

Por su parte, Luz Elena Gutiérrez de Velasco inició su charla diciendo “Soy de Tacubaya, un pueblo que de tan cerca a la ciudad nos lo hicieron Distrito Federal, luego Ciudad de México y luego quién sabe”, tal como Arreola dijera “Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande”.

Comentó que, en 1969, Juan José Arreola regresó a Zapotlán y tomó la decisión de ir a enseñar a la Universidad de Guadalajara. “Entramos en el círculo de su erudición”, dijo la investigadora del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios en el Colegio de México, al recordar que el autor jalisciense llegaba a dar clases en su motocicleta.

Gutiérrez de Velasco también habló sobre la forma de escribir de Juan José Arreola, una prosa breve y concisa. Además, agregó que él mismo refería como fundadores de su estilo a Marcel Schwob, Charles Baudelaire, Walt Whitman, Giovanni Papini y Friedrich Nietzsche, e hizo mención a algunas similitudes que se encuentran entre las obras de esos escritores y las del jalisciense, de quien finalizó diciendo que “nos sigue fascinando”.

La especialista Margo Glantz fue la encargada de cerrar la tertulia. “Conocí a Juan José Arreola hace años, en la década de los cuarenta. Era delgadito, ágil, histriónico, fascinante y agorafóbico”, relató.

“Estuve con él en La Habana, en la Casa de las Américas, en 1961, donde él daba clases. Fue poco antes de la invasión de Bahía de Cochinos, cuando empezaron los bombardeos nos refugiábamos debajo de los escritorios y Juan José me decía: ‘Margo, tú eres una mujer fuerte’”.

Recordó que años después lo encontraba en la Zona Rosa y lo acompañaba a las puertas de su casa y, cuando no le abrían, le pedía que se quedara con él. “Se transformaba en un niñito pequeño y yo volvía a convertirme en esa mujer fuerte que se resguardaba debajo de los escritorios”.

“Su mérito era la diversidad multitudinaria de estilos: organizaba inventarios, ferias, bestiarios, palíndromas y sobre todo confabularios, un vasto universo convocado a veces de manera violenta”.

“No podíamos dejar pasar a un escritor tan significativo y fundamental para toda la literatura en lengua castellana y universal, cuya trayectoria ha sido quizá incomprendida por el carácter mismo de su actividad un tanto funambulesca, próxima a la cirquería, y humilde como cualquier oficio en esta época en que tendemos a sobrevalorar la figura proteica del poeta”, finalizó Glantz.

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