Donald Trump.

LA GEOPOLÍTICA, HECHOS NO PALABRAS

Francisco Cabral Bravo

No uno, ni dos, tampoco tres. México bajó 28 lugares en el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional de 2016. El profundo descenso de México en este índice pasó de largo en el círculo noticioso porque el muro y su factura ocuparon un espacio mayor.

El índice da una calificación a los países entre 0 y 100, mientras más se acerquen a 100 hay una percepción menor de corrupción, y en función de esas calificaciones hace un ranking. Somos el país con menor calificación y el último en la lista de los países miembros de la OCDE. Un descenso de 28 lugares no es menor. El presidente Peña Nieto reitera la importancia de fortalecer el Estado de Derecho y abatir la corrupción en prácticamente todos los foros a los que asiste.

Ya sabemos que la corrupción cuesta. Cuesta de diversas formas y en diferentes ámbitos. Cuesta en recursos mal asignados, cuesta en ineficiencias, cuesta en desperdicio. También cuesta en desigualdad. Si bien correlación no implica causalidad, estudios adicionales muestran un círculo vicioso entre ambos fenómenos. Una mayor corrupción repercute en una distribución desigual del poder en las sociedades, lo que resulta en una distribución desigual de oportunidades.

El estado de derecho también incide en la formalidad laboral. Hoy México enfrenta enormes retos y riesgos en el entorno internacional. Sin duda hay que prepararse y tratar de hacer lo mejor dado este entorno. Pero los mayores retos, los mayores problemas para llamarles por su nombre, están aquí, son de creación propia. Hemos permitido que la corrupción abarque todos los ámbitos, hemos dejado que se conviertan en una práctica aceptada.

La falta de un Estado de derecho sólido y funcional no solo nos va a salir muy caro, sino que también nos va a dejar rezagados en un mundo que se adapta y cambia con nuevas tecnologías. Tenemos razones de sobra para mejorar el Estado de derecho. Desde cualquier ángulo eso nos hará un mejor país. Disminuiría la incertidumbre, atraería inversiones, disminuiría la informalidad, mejoraría la productividad, mejoraría la eficiencia en el gasto público, gestaría poco a poco una sociedad más meritocrática, avivaría la competencia. No sé si exista la voluntad, no únicamente la voluntad política, para abanderar esa causa.

Estamos eligiendo quedarnos atrás. Esa es la unidad que necesitamos. Un Estado de derecho que funcione en todos los ámbitos. No habrá “posicionamiento”, ni acuerdos, ni estrategia de política exterior que funcione si no atendemos este tema con profundidad y con urgencia.
Y cambiando de tema vaya vuelco que ha experimentado el mundo en unos días. Desde el 20 de enero a la fecha, en que el nuevo presidente de Estados Unidos ha abierto tantos frentes de conflicto internos y externos, como ninguno antes en la historia. Literalmente “un chivo en cristalería”.

La frase que el cacique priista potosino Gonzalo N. Santos el célebre de la definición de la moral como “un árbol que da moras” cuando le explica a su hijo en la antesala de los Pinos para una entrevista con el entonces presidente Luis Echeverría: “¿Por qué nos cita a las 2:45 de la madrugada?” pregunta el joven hijo a su padre, quien viene por la bendición al cachorro, según los viejos estilos revolucionarios.

“Porque no le alcanza el día para hacer tantas pendejadas”, responde el cacique. En el caso de Trump, se aplica a la perfección.

Una generación de mexicanos creció acostumbrada a un país abierto que comercia y compite. No imaginan el acceso limitado a marcas de automóviles, televisiones o electrodomésticos, típicamente de mala calidad y a precios considerablemente más altos de lo que costaban en el extranjero. Están acostumbrados a pensar en Estados Unidos como socio, más que como el agresivo y arrogante gigante del norte.

El TLCAN permite demostrar que, con reglas claras, México se puede desarrollar y puede competir. Es importante entender que con o sin Trump, Estados Unidos seguirá siendo nuestro poderoso vecino y, más que eso, nuestro socio. Personalizar nuestra relación en un presidente crecientemente errático e impopular, sería un error. Es vital no caer en trampas y provocaciones.

Empezamos a conocer el estilo del bravucón. Se lanza hasta la cocina con intimidaciones incumplibles, pero al hacerlo mueve el punto medio de la negociación mucho más cerca de su objetivo. Su amenaza de 20% de impuesto a las importaciones mexicanas es tan absurdo como imposible. Para empezar es el Congreso quien decide, no él; pero además estaría a años luz de lo que la Organización Mundial de Comercio permitiría. Claro, él podría decidir renunciar a ésta, pero en ese escenario habría una guerra comercial mundial en la cual ese impuesto sería el menor de nuestros problemas. Es absurdo por ende, que caigamos en medidas infantiles.

Y, es importante sí interactuar con decenas de millones de estadounidenses (y más todos los días) que rechaza lo que Trump hace; es mejor que oigan de nosotros, que empaticen, que entiendan la importancia de México en su vida cotidiana.

Hagamos alianzas, no pataletas; seamos menos ingenuos y más inteligentes. Parece poco probable que el TLCAN se renegocie, a no ser que esto ocurra por error. México debe dejar transparentemente claro que no estamos dispuestos a reabrir el texto. Ante la simple sugerencia de hacerlo, yo me levantaría de la mesa. Actualizar el tratado con acuerdos paralelos tiene sentido.

Ojalá nos pidan uno para forzarnos a políticas anticorrupción con dientes. Sería inteligente. Trump necesita vernos fuertes y decididos, o estará tratando de arrollarnos.

Debemos rechazar cualquier negociación que ocurra con el reflector encima. Éste se empieza a alejar a raíz de la crisis de refugiados y de la primera nominación a la Suprema Corte. Es como en el patio de recreo, pelearse con el bravucón en público es mala idea porque querrá hacer alarde de su fuerza, doblegándonos. Es mucho mejor negociar sin público. También es importante no dejar que los medios amarren navajas. Ellos quieren cubrir conflictos, no acuerdos. Estados Unidos sigue siendo una nación y un socio deseable. Tener tres mil kilómetros de frontera con el mercado más grande del mundo es un privilegio. Empiezan a mostrar que hay instituciones fuertes dispuestas a enfrentar al volátil mandatario.

¡Cuánto me gustaría ver en México a gente en el Senado o en la procuraduría dispuesta a enfrentar al presidente, como lo hicieron el senador Mc Cain o la Sub procuradora Yates, cómo quisiera ver a jueces federales bloqueando una orden presidencial, como ocurrió allá!
¡Cómo quisiera ver que gente en México, no afectada directamente, salga a protestar en plazas y aeropuertos ante una orden presidencial que rechazan por principio! Nos defiende un gobierno que ha perdido credibilidad por su propia corrupción, por cobijar impunidad.

Apoyémoslo en su negociación, pero sin dejar de exigir que pongan la casa en orden. Nada fortalece más nuestra postura que mostrar que somos un país serio donde la ley impera y la sociedad exige y participa.

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