Policías veracruzanos. Imagen de archivo.

Kairós

Infelicidad máxima

Francisco Montfort Guillén

Un Estado donde quedan impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo.
Sófocles

El número de citas es innumerable: el Príncipe procuró siempre la mayor felicidad de su pueblo. Con diferentes palabras, esta máxima orientó siempre el ejercicio del poder político. Proviene de los tiempos cuando no existía la descarnada realidad de Maquiavelo y por ende tampoco la ciencia política. Hacer feliz a un pueblo era la mejor forma de gobernar, de encontrar respaldo a las acciones del Seigneur en sus constantes disputas contra otros reyes, príncipes y bandoleros que pretendían ejercer su poder confiscatorio en contra del pueblo protegido por el Seigneur.

Por supuesto, hasta bien entrada la era democrática subsistieron diversas formas de esclavitud y de servilismo. Pero estos mismos esclavos y los mismos siervos mostraban gratitud si su Seigneur o príncipe o primer ministro o presidente conseguía mantener la paz y la tranquilidad interna y defendía a ultranza a sus súbditos de los ataques y amenazas de otros jefes y pueblos bárbaros y guerreros. La felicidad del pueblo todavía era considerada una virtud de quien ejercía la autoridad política máxima. La virtud del pueblo, en complemento, consistía en acatar las ordenanzas de la autoridad y asegurarse de que los miembros de una familia y una comunidad tuvieran conductas dignas, decentes, respetuosas. En occidente estas artes estaban respaldadas por la religión, que cumplía su doble propósito: religar a los creyentes e infundirles valores y conductas que hacían de la vida en común una fraternidad respetada y respetuosa.

En China, las enseñanzas de Confucio determinaron la cohesión social durante milenios y hasta la fecha. El orden y el respeto, propuso el filósofo, debía iniciar en casa. El respeto a los padres, las buenas conductas para el acatamiento a los valores que sustentan el comportamiento social deben ser la base del respeto al Príncipe. El Estado debería construirse desde la base para que fuera esa misma base la que juzgara el comportamiento del gobierno y aceptarlo o rechazarlo. Con Mao Tse Tung se siguió la misma filosofía de gobierno.

La felicidad del pueblo no estaba exenta de anormalidades propias de las conductas humanas. Las conductas desviadas respecto al orden establecido eran castigadas con penas en ocasiones muy agresivas (vgr. cortar una oreja a los rateros, como en Inglaterra). Pero en general era mantenida una paz que hacía de la vida bucólica de las sociedades campesinas un modelo de fraternidad mutua, una alianza entre súbditos y príncipes. Con el cambio de vida hacia la sociedad industrial aparecieron nuevas formas de comportamiento social y el Estado tuvo que diseñar nuevas formas de gobierno para asegurar la paz y la tranquilidad entre sus gobernados. Es entonces que aparecen los tratados de política, los libros de moral social, de comportamiento individual y colectivo sujeto a las leyes, principalmente obligatorias para el Príncipe.

La sociedad industrial, democrática, moderna es decir capitalista cursó etapas de descontrol ciudadano y desaciertos gubernamentales. Pero cada sociedad que alcanzaba este estatus renunciaba definitivamente al absolutismo y sujetaba a las autoridades y a los ciudadanos al cumplimiento estricto de las leyes. El concepto de la mayor felicidad del pueblo gobernado dejó su lugar a las ideas de progreso, de desarrollo, de crecimiento económico y de respeto mutuo con base en el cumplimiento de las leyes. Después aparecería la idea de bienestar social, la idea de igualdad como condiciones determinantes de la evolución de cada sociedad. Pero a lo que no renunciaron jamás estas sociedades fue a la idea y la práctica de cumplir y hacer cumplir las leyes entre todos y para todos.

Nuestra dependencia de la Corona Española, la más retardataria y reacia de las sociedades europeas en querer abandonar el gobierno del absolutismo, es decir, la práctica de las autoridades de hacer su santa voluntad, sin importar las consecuencias que esta conducta acarrea, marcó desde su inicio la aparición del Reino de México, del país llamado México, de la nación mexicana. Y esta conducta dominaba no sólo a las autoridades, sino a sus élites y en general a todos los individuos que habitaban lo que en su momento fue la Nueva España. El absolutismo está en el subconsciente de todo mexicano: su aspiración máxima es poder hacer siempre su voluntad, sin importar sus consecuencias. De ahí su adolescencia permanente, como lo demostraron Roger Bartra y otros autores, su impertinencia, su dejadez, su <<no pasa nada>>, su <<ya ni modo>>, su <<ahí como salga>> su íntimo resentimiento en contra de la autoridad formal, del padre autoritario, del maestro regañón.

La sociedad mexicana, los ciudadanos mexicanos no han aprendido que sin respeto a las leyes no existe armonía social, respeto mutuo, tranquilidad familiar, seguridad pública. Por ejemplo. No sé cómo determina la autoridad si los policías o candidatos a ser agentes de seguridad son aptos para desempeñar esas funciones. Desconozco los méritos de las personas que <<pasan los exámenes de control>>. Lo que me llama la atención es que los policías proceden de los estratos sociales más bajos, los de mayores carencias educativas y culturales, ciudadanos con experiencias de vida ajenas al buen comportamiento cívico y ciudadano por su condición de excluidos, marginados, empobrecidos.

No quiero dar cabida a una mala interpretación: no afirmo que los pobres, por el simple hecho de serlo, carecen de capacidades para desempeñar el papel de vigilantes del orden público, de la seguridad personal, de la tranquilidad social. Lo que constato día con día es que los egresados de los cursos de la Fuerza Civil o cualquier otro grupo de <<nuevos policías>> muestran en sus conductas, e inclusive en su lenguaje corporal una insultante agresividad frente a los ciudadanos comunes, una altanería despótica que se corresponde con el de aquellas personas que se sienten capacitadas y respaldadas para <<hacer su santa voluntad>> y saltarse el cumplimiento de las leyes. También los diarios constatan en sus reportajes que los policías que reprobaron el <<control de confianza>> infunden temor con su sola presencia, que son arbitrarios, que tienen comportamientos despóticos.

Y el complemento de esta tragedia está en las conductas de los poderosos: políticos, gobernantes, élites empresariales; y en las conductas de los ciudadanos ahora calificados como mirreyes, los Juniors hijos de papi el multimillonario; y en las conductas de los jóvenes desempleados, sin estudios, arrastrados a las filas del crímen organizado o a las pandillas; y en las conductas de casi todos los automovilistas que <<hacen su santa voluntad>> sin respetar reglamento alguno (el legal y el de urbanidad); y en las conductas de millones de trabajadores de la burocracia y los ciudadanos que aceptan como ineludible la corrupción sea como mordida, diezmo, moche o como ascenso laboral gracias al amiguismo, a la compra de plazas, a la extorsión, al tráfico de influencias, a la complicidad sexual.

¿Por qué razón todos formamos parte de la desorganización social que hace que muchos integrantes de los cuerpos de seguridad sean promotores de crímenes infames, que las agencias de ministerios públicos sean las casas del terror ciudadano, que la corrupción invada a todo el cuerpo social y la impunidad sea el respaldo al absolutismo de las autoridades mexicanas? La respuesta sencilla, simple y complicada y compleja es que nunca, ninguna autoridad mexicana, se ha propuesto como fin la Verdadera Revolución Mexicana: el estricto respeto a la ley, empezando por las autoridades. Al contrario: los mejores ejemplos de falseamiento de la verdad, del incumplimiento de las leyes provienen de las conductas de los gobernantes, los políticos, las autoridades del poder judicial, los y las policías.

Hoy la sociedad veracruzana vive bajo el imperio de la máxima infelicidad. Está en las antípodas de los deseos de los príncipes sabios que querían que sus pueblos fueran felices. ¿Alguna vez el actual gobernador de Veracruz habrá pensado el construir la máxima felicidad del pueblo veracruzano? ¿Lo mortificaba más no ser el <<pendejo>> (sic que respeta al máximo los decires reproducidos por la prensa, y nunca desmentidos) que entregue el poder a un opositor? Lamentablemente los sucesos sobre la seguridad inexistente y sobre la inseguridad cruelmente real no dejan de aparecer en la prensa. Y no todos esos eventos pueden ser previstos y detenidos por las policías y castigados conforme a la ley. Su número rebasa la capacidad instalada de los cuerpos de seguridad y de los ministerios públicos y los jueces. Resulta imposible multar a todos los infractores de alguna de las miles de leyes que supuestamente rigen nuestra organización social. Y todo por no cumplir con las leyes, principalmente por parte de las autoridades. Vivir con la máxima infelicidad hace mella en la sociedad veracruzana, antes segura de sí misma, alegre, confiada, respetuosa. Está en los ciudadanos cambiar la situación. Cambiar no sólo de gobierno. Cambiar de partido en el gobierno es el requisito indispensable. La tarea no es fácil. Pero es impostergable para aspirar a vivir con la mayor felicidad posible.

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