Profecías y Vaticinios

Francisco Cabral Bravo

En nuestra comentocracia tenemos tópicos de temporada. Lo que se ofrezca del día, de la semana, del ambiente estatal y nacional, hasta del mundo es comentado con gran placer, a veces con conocimiento y a veces con pura institución, por quienes soltamos nuestras opiniones en pluma, papel y micrófono. Así con el “Macron mexicano”, que fue “fruto de la estación” afortunadamente existen las redes sociales que se encargan de ridiculizar los intentos solemnes de patéticas ideas, y tenemos también los temas de temporada.

Así como hay de sandía, de melón, de mango o de piña, nos toca el de la inseguridad, la corrupción, el de las alianzas, el choque de trenes, la ingobernabilidad, el inestable gobierno de minoría, la segunda vuelta, el de las elecciones reñidas muy competitivas, fraudes electorales, programa Pegasus, espionaje masivo, que es parte de nuestra cultura política.

Y en otro tema la predicción de grandes calamidades es uno de los oficios más antiguos que atrae la atención de cualquiera. A pesar de su recurrencia, la mayoría de las previsiones han resultado fallidas. La principal razón del desacierto ha sido la subestimación del ingenio humano para resolver los problemas.

Las profecías lúgubres son tan antiguas como la humanidad. Un tema central ha sido el fin del mundo, cuya incertidumbre produce fascinación y respeto. Tradicionalmente, las religiones lo han abordado mediante figuras y simbolismos. La escena de los cuatro jinetes del Apocalipsis es una de las más conocidas de la Biblia dice sobre profecías como esta:

Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ellas escritas, porque el tiempo está cerca. (Apocalipsis 1:3). Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!

Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. (Apocalipsis 3, 15-16).

Algunas religiones y culturas han estimado fechas para ese suceso, muchas de las cuales ya han transcurrido sin sobresalto.

La ciencia no ha estado ajena a ese tipo de cálculos, incorporando desastres como asteroides y cometas que colisionan con la tierra o supervolcanes que destruyen el planeta.

Así, las visiones apocalípticas antiguas han recurrido principalmente a eventos fuera del control humano, que no pueden descartarse.

Sin embargo, durante los últimos dos siglos, la forma más socorrida se ha enfocado en la población y su relación con los recursos naturales. Por lo general, los pronósticos fatales modernos comparten tres peculiaridades.

Primera, profesan un severo pesimismo sobre el ser humano y las restricciones de la naturaleza.

Segunda, los males se presentan como muy próximos. Lo que conduce a prescribir medidas de emergencia, con la advertencia, en muchos casos, de que cualquier acción será tardía e insuficiente. Un corolario natural es la invocación de un vasto papel del gobierno para enfrentar las desolaciones.

Tercera, la mayoría de los pronósticos ruinosos han probado estar equivocados. Su principal debilidad ha sido su carácter mecánico de extrapolar la situación reciente, con frecuencia diagnosticada de forma exagerada, al futuro. Un elemento notable de omisión es la adaptación e inventiva humana, difícil de prever.

La visión de los cuatro jinetes del Apocalipsis puede parecer misteriosa y aterradora, pero no hay razón para que lo sea. Gracias a la Biblia y a algunos sucesos de la historia moderna, podemos saber qué representa cada jinete. Y aunque su cabalgar ha significado muchos problemas en la Tierra, también puede significar buenas noticias.

En la adivinación de infortunios han intervenido científicos de diversas especialidades, así como aficionados. Las siguientes tres ilustraciones históricas revelan asombrosas similitudes.

En 1978, el clérigo y erúdito británico Thomas R. Malthus publicó su Ensayo sobre el Principio de la Población, en el que pronosticaba que la población crecería continuamente más que los alimentos, lo cual llevaría a hambruna, muertes, y una situación de subsistencia.

Identificó como medidas preventivas diferentes formas de control natal. Sus predicciones no se cumplieron, principalmente, por los avances tecnológicos en la agricultura.

Asimismo, el biólogo estadounidense Paul R. Ehrlich, en su libro La Bomba Poblacional publicado en 1968, aseguró que, en las siguientes dos décadas, se agotaría la mayoría de los recursos naturales. De esta manera, cientos de millones de personas morirían de hambre, incluyendo 65 millones de estadounidenses en la década de 1980.

Sus remedios eran autoritarios y abarcaban impuestos a las familias con más niños, gravámenes a productos infantiles y esterilizaciones masivas. Sus presagios nunca se cumplieron, entre otras razones, por la Revolución Verde que aumentó las variedades de productos agrícolas y, de forma sustancial, la productividad del campo.

De forma semejante, en La Cuestión del Carbón, el insigne economista inglés William S. Jevons auguró el regreso del Reino Unido a la pobreza, al suponer que el acceso al carbón iba a ser cada vez más difícil. Sus previsiones fallaron entre otros aspectos, por el advenimiento de fuentes alternativas de energía como el gas natural.

Finalmente, desde los años setenta del siglo pasado, se han multiplicado las voces de alarma sobre las implicaciones del calentamiento global, presumiblemente causado por las acciones humanas, en especial, por la emisión de gases que dañan la atmósfera.

Los vaticinios resultantes han sido sombríos, incluyendo la proliferación de terribles sequías para 1995 y la desaparición de la capa de hielo polar en el verano hacia 2013. Virtualmente todas las previsiones sobre el cambio climático han probado estar equivocadas. Sus defensores insisten en que los efectos sólo han sido pospuestos.

Pronosticar cualquier cosa es riesgoso pero resulta aún más audaz tratándose de cataclismos. Tal vez, la mejor lección de la historia para el cambio climático sea que los ejercicios de prognosis deben tomarse con cautela. La innovación humana que abate los riesgos siempre sorprende.

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