Reconocer el yerro jamás será humillante

Jorge Francisco Cabral Bravo
¿Han visto arder un bosque en la noche?

Frente a un incendio la vida toma otras proporciones. Estoy convencido de que el ser humano tiene grabado en su código genético una suerte de asombro y terror ante dicho fenómeno.

El cielo se vuelve un espejo de la tierra incandescente y del humo; la fauna huye y el concierto de crujidos de toneladas de madera y hojarasca en combustión se impone, haciéndose audible a varios kilómetros.

Dependiendo de la cercanía con el fuego, la temperatura aumenta más, el aire se vuelve una molestia para la garganta, hasta que eventualmente te tira al piso para que puedas respirar. Frente a ti, una avalancha de miles de grados, los instintos te urgen a huir.
No te vas. Contemplas unos minutos, maravillado y aterrorizado al mismo tiempo.

Algo muy similar sucede con la democracia mexicana. ¿Qué es robusta, frágil, simulada, inexistente?

La democracia mexicana es la suma de los demócratas mexicanos, desde el sofisticado activista de las redes sociales hasta que decide por quién votar al momento de estar frente a la boleta.

La democracia mexicana es la suma de sus instituciones; partidos políticos, árbitro y gobierno en materia electoral.

Un barco muy frágil a las órdenes de un presidente y con instituciones muy cuestionadas.
En septiembre se pondrá en marcha la pesadísima maquinaria electoral. Millones de inútiles spots en tv y radio. El patético espectáculo de los candidatos en condición de promesa. Y la corrupción de las redes sociales en las campañas, destacadas por dinero que se le invierte y la enorme penetración que alcanza. Un ciudadano, un voto. Esto es lo básico.

Pero veremos voto corporativo, voto por ignorancia, voto emocional, voto comprado, voto tradicional, voto informado, voto militante, voto indeciso, voto coaccionado.

Desconfiamos de los partidos. Desconfiamos del árbitro. Desconfiamos del gobierno en materia electoral. Desconfiamos profundamente de todo. En ocasiones, en política, no se hace lo que se quiere sino lo que se necesita.

Ahí viene 2018, a la vuelta de la esquina.

Las fuerzas políticas acomodan sus tanques para la batalla que darán en estos meses.

Los cuchillos empezaron a afilarse. Ahora esas armas son empuñadas con ánimo belicoso un día sí y el otro también. Como si la democracia fuera un campo de guerra.

Conforme se acerca la fecha fatal, los encontronazos entre los aspirantes sucede con mayor frecuencia y beligerancia. Las chispas han hecho brasas y el bosque entero se consume con guerra sucia, información falsa y el derroche de infamias y demostraciones.

Que se hagan las apuestas, que se corran los rumores, que vengan las preguntas. Con el ir y venir de los días nos hartamos de las intrigas, complots, tramas y giros de tuercas de esta triste novela que se llaman elecciones. Ya nadie cambia de parecer, en ese momento todos lucen iguales, nos gana la apatía: las campañas están pensadas en construir defectos al adversario, más que en impulsar las ideas propias.

Ver el fuego a cierta distancia puede dar ventaja para preparar los cortafuegos, pedir manos para combatirla y trazar una estrategia que devenga en la supervivencia: por eso es importante pensar que papel queremos jugar en las próximas elecciones. Este es un buen momento para trazar objetivos.

Por ejemplo, ¿Qué tal si nos organizamos para hacer una agenda de necesidades para nuestro país, estado o municipio para acabar con la inseguridad? ¿O qué opinarías de ponerte las pilas para armar con tus amistades grupos de estudio de las propuestas de las candidaturas? ¿O cómo avanzar en el Sistema Nacional Anticorrupción, o desarrollar un plan efectivo contra la pobreza y desigualdad?

A veces no nos damos cuenta de esta mayoría social que quiere y necesita paz, dicha, prosperidad, igualdad y ley para todos.

A veces pensamos que somos menos quienes padecemos de la crisis actual.

Pero esto no es cierto, pues desde nuestro espacio podemos prevenir aquel incendio, llenar el bosque de propuestas como flores, e ideas como caudales de agua clara.

No hay fuego que le gane a la vida de nuestras ideas. No hay humareda que se levante en un campo vivo.

Pero bueno, ya se sabe que en política muchas veces pueden más los odios que cualquier otra intención.

La preparación para las próximas elecciones se está moviendo en muchas dimensiones y niveles, y la clase política tratará de venderle a la ciudadanía frentes y coaliciones, como mecanismos indispensables para resolver los graves problemas del país. Sin embargo ya tenemos la experiencia de que los anteriores ciclos reformadores nos han dejado un país más violento, con mayor desigualdad y plagado de impunidad.

Nos quedamos con una reforma energética cuyos resultados privatizadores y de beneficios a los grandes intereses privados y extranjeros ya han empezado a dar resultados.
Mucha publicidad y una buena dosis de demagogia han tratado de cubrir los deficientes resultados de ese ciclo reformador.

Y recuerde el ejercicio del poder no permite transparentar en su totalidad las acciones derivadas del mismo. En la medida de que se trata de conciliar intereses, beneficiando a unos y perjudicando a otros, el discurso político se presenta siempre como la propuesta que representa el bien superior por encima de aquello que puede ser sacrificado sin importar el daño que se cause a los involucrados.

El ejercicio democrático demanda limitar al máximo ese poder por parte de la autoridad, mismo que debe ser supervisado por otros poderes legítimos que le den equilibrio a la acción de gobierno.

Y si la división de poderes entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial supone esa vigilancia mutua, la existencia de una prensa libre, entendida ésta como la acción de todos los medios de comunicación cuya labor es entrometerse en lo más profundo de la entraña del poder mismo para conocer sus secretos, es considerada como una condición indispensable para contener los abusos de aquello que, al ejercer el poder, suponen que lo pueden hacer sin limitación alguna.

Es por eso que la relación entre medios y gobernantes es siempre difícil por necesitarse mutuamente para su actuar cotidiano, pero confrontados por servir a intereses distinto.

El gobernante quiere que su obra sea difundida y apoyada por el medio, y éste quiere a su vez información privilegiada del gobierno y capacidad de denuncia sobre los actos legales o ilegítimos realizados desde las esferas del poder.

En este toma y daca democracia y prensa libre bien una sana tensión democrática que se alimenta día con día.

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