Daniel Ortega.

Por Plinio Soto Muerza

Hacia finales de la década de los setenta, un hecho histórico dio sentido y cohesión a una generación de jóvenes militantes de la izquierda: el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en Nicaragua.

El 19 de julio de 1979, la izquierda latinoamericana y en especial, la izquierda mexicana, homenajearon la grandeza de un pueblo en armas, que conducido por una vanguardia revolucionaria, pusieron fin a la dictadura somocista. Las fotografías de rostros jóvenes cubiertos con un paliacate rojinegro, empuñando sus armas, vestidos de verde olivo, algunos con boinas negras, y con sus ropas gastadas por la extensa vida guerrillera en las montañas, calaron hondo en el horizonte de una generación militante.

Las historias de mexicanos y mexicanas que fueron a la lucha guerrillera en Nicaragua, atiborran las identidades de las organizaciones izquierdistas de aquellos años. Una de las más conocidas por su heroicidad, es la vida de Araceli López Arias, quien de simpatizante en la Ciudad de México, pasó a ser combatiente, y cayó en una acción armada en la ciudad de León, apenas un par de semanas antes de la entrada triunfal de las columnas guerrilleras en Managua.

El pasado 19 de julio se recordó el triunfo Sandinista, pero en este año, el debate en torno a lo que fue y es la gesta del FSLN, se ha visto envuelta por la ola de protestas callejeras de miles de nicaragüenses, que han salido a protestar contra el otrora héroe guerrillero devenido en Presidente: Daniel Ortega.

La historia reciente en Nicaragua se resume del siguiente modo: El pasado 16 de abril, el gobierno nicaragüense por medio del Instituto Nicaragüense del Seguro Social, anuncia la necesidad de una reforma al sistema de pensiones a fin de estabilizar sus finanzas. El 18 de abril la Reforma aparece publicada en la Gaceta Oficial, y se alzan las primeras protestas contra la misma.

El 19 de abril, en una marcha convocada por trabajadores y estudiantes, la policía reprime con violencia las manifestaciones y se reportan los primeros fallecidos en las movilizaciones, entre ellos, la de un policía. Después del 20 de abril, las protestas callejeras aumentan y se recrudece en todo el país.

Desde el principio, el Consejo Superior de la Empresa Privada, hace suya la demanda de las protestas, y se inicia un enfrentamiento entre sectores económicos muy poderosos y el gobierno de Daniel Ortega.

El 22 de abril el gobierno nicaragüense revoca la reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, pero dicha medida no logra contener el aumento de las protestas. Desde ese momento, se abre una brecha profunda entre un amplio sector de la sociedad nicaragüense y el gobierno, respaldado en todo momento por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

Hasta aquí, lo que acontece en Nicaragua parece ser parte integral de la historia de los pueblos latinoamericanos. La lucha entre gobierno y oposición. Pero el tema escapa de las simplezas periodísticas, y se torna un verdadero acertijo en la perspectiva de significados para los movimientos sociales.

Al igual que en Venezuela, la oposición nicaragüense recurre a las técnicas de las barricadas y bloqueos, y al discurso democratizador de las relaciones entre gobernantes y gobernados: en Nicaragua existe una dictadura familiar, que encabeza Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, la cual es nada menos que la Vicepresidenta. El discurso de la oposición reproduce íntegramente lo que la oposición venezolana ha sostenido contra el gobierno de Nicolás maduro.

Por su parte, desde el FSLN y el gobierno nicaragüense, las protestas se deben a la existencia de un plan reaccionario promovido por el imperialismo y los sectores más conservadores y reaccionarios del país, que intentan acabar con el legado de la revolución Nicaragüense.

Al margen de las versiones enfrentadas en la actual coyuntura nicaragüense, el debate entre los viejos mitos revolucionarios se profundiza. En muchas partes del mundo, la izquierda se ve en la necesidad de fijar posturas, y México no queda libre del debate. ¿Hasta donde el legado del FSLN es válido en un país donde la esposa del presidente es la Vicepresidenta? ¿Hasta dónde todavía se puede hablar de las conquistas de la Revolución sandinista, cuando la mayoría de los viejos cuadros y comandantes del FSLN están fuera de la lógica del grupo de Daniel ortega? ¿Hasta dónde las banderas rojinegras siguen representando al pueblo de Nicaragua cuando en las protestas el color azul y blanco de la bandera nicaragüense inunda las calles debilitando simbólicamente el significado del sandinismo?

Nadie puede dudar que en Nicaragua opera sin duda un plan de la derecha conservadora para derrocar a Daniel ortega y sepultar todo símbolo del sandinismo, pero también nadie puede dudar que desde el FSLN se crearon las condiciones necesarias para que una parte de la sociedad rompiera con el legado y la historia revolucionaria de aquel 19 de julio de 1979.

En importante que el debate en torno al sandinismo se realice sin filias y fobias. Es importante reconocer que desde la izquierda, en no una ocasión, el poder termina por separar la utopía de la realidad.

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