El celular

La realidad, redes sociales

Jorge Francisco Cabral Bravo

Nos lo encontramos por todos lados. En la arena deportiva al igual que en el patio del recreo, en el debate político tanto como en las discusiones en redes sociales, en las bromas lo mismo que en las infamias, incluso en la denuncia misma del hecho, el discurso del odio está en cada rincón mental, en cada literal y figurativa de nuestras existencias.

Con frecuencia no lo vemos. Y no porque cerremos los ojos o estemos ciegos, sino porque nos parece de los más natural. Desde la broma acerca de aquel que es diferente, (por religión, etnicidad, orientación sexual o tantas otras) hasta las mucho más cotidianas y banales como las preferencias políticas o deportivas.

Las del género y las raciales merecen un capítulo aparte, pues abarcan desde las gracejadas de adolescente hasta la justificación o incitación a cometer actos criminales, pero también se detienen en aquellas que, sin querer mostrarlo, implican abierta discriminación y rechazo. La crítica es un derecho y, a la vez, una medida de la fortaleza de un régimen democrático. La crítica pone tela de juicio hechos y palabras, alienta el derecho a dudar, contribuye a que el poder se mesure, rectifique o explique.

La crítica es una expresión de libertad que genera debate, análisis, equilibrio, y que hace posible la vigencia del derecho a saber y, por lo tanto, del derecho a decidir.

Las redes están repletas de ejemplos, pero no son más que un nuevo y más rápido vehículo de trasmisión de ideas, prejuicios, conceptos inteligentes o aberrantes, chistes, romanticismo, profundidad o superficialidades. Quererle atribuír a las redes sociales un aumento en el discurso del odio es como querer culpar al telégrafo por la más rápida trasmisión de noticias de la Gran Guerra Mundial, o a la televisión por su programación. La red no escribe cosas odiosas, solamente transmite lo que algunas mentes de ese tipo quieren decir.

En México la libertad de prensa atraviesa por una de sus etapas más adversas, particularmente en las entidades federativas, donde políticos locales resuelven sus diferencias con los medios a través de amenazas o agresiones.

La circulación de hechos y opiniones dota a la población de un conocimiento irremplazable. Sólo con informaciones y opiniones libres y plurales, una sociedad puede tomar mejores determinaciones, comprender su entorno y ratificar o rectificar su rumbo.

Sin información, la sociedad toma decisiones a ciegas o se resiga a no participar sin ellas; sin información, la sociedad carece de libertad para reclamar o elegir.

Por ello obstaculizar el ir y venir de noticias críticas y perspectivas es atentar contra la libertad de prensa y contra el derecho de saber.

En redes sociales, el otro debate por el Edomex durante los 90 minutos que duró el encuentro, tanto los ataques a adversarios, principalmente entre los punteros de la contienda, la actividad fue alta, así como el planteamiento de sus propuestas generaron una intensa actividad en plataformas como twitter.

La conversación fue intensa. En medios sociales seguidores delos distintos candidatos dieron replica a propuestas y ataques.

Los debates de poco a mucho una proporción de participación cada vez más alta en medios sociales; videos, memes, gifs y toda clase de recursos son utilizados por usuarios de redes para lograr impulsar el mensaje de sus candidatos y al mismo tiempo para pegarles a los candidatos a los candidatos oponentes.

Otro sector de usuarios indicaron que el encuentro donde hubo muchas acusaciones “no hubo debate”.

Es un hecho que el discurso político agresivo exacerba los ánimos y puede provocar reacciones violentas; de ahí a las agresiones físicas y consecuentes actos de orden o de represión de la autoridad sólo hay un paso más.

Y, obvio, todos deberían (deberíamos) ser cuidadosos con el lenguaje que usamos porque de la hipérbole o el insulto al golpe o al balazo hay una línea muy tenue, casi invisible.
La pregunta que queda, y sobre todo la que debemos abundar, es si se debe o no limitar prohibir cierto tipo de expresiones agresivas, denigrantes o que inciten a la violencia del tipo que sea.

Hay quienes asumen ante esta cuestión una postura simplemente legalista; si la ley lo prohíbe no se puede tolerar. ¿Pero la ley de quién? ¿Quién marca los límites o impone las reglas? ¿Toda ley es justa? ¿Es lo mismo prohibir el discurso racista o misógino que la proclama libertaria? ¿Se vale callar a las voces que llaman a revelarse contra un régimen o un sistema injusto?

Ante quienes creen tener todas las respuestas (y miren que sí los hay) yo expongo dudas, cuestionamientos. Y me pregunto cómo sería nuestro mundo si todos hubieran, siempre, callado para no ofender, para no alborotar, para no desestabilizar.

Esto da para mucho debate serio y se presta igualmente a descalificaciones superficiales. En lo personal seguiré abordando algo que me parece fundamental: los límites que debe o no tener la libertad de expresión en sociedades libres y democráticas.

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