Tragedia

Dr. Emmanuel Márquez Lorenzo
Centro Universitario del Norte, Universidad de Guadalajara

¿Quién no mira el sol al amanecer? Y ¿quién evade la mirada cuando un cometa estalla? ¿quién no se inclina a escuchar el tañido de una campana?… Ningún hombre es una isla… la muerte de cualquiera me hace menos porque estoy unido a la humanidad. Por eso, no preguntes por quién doblan las campanas; lo hacen por ti”
John Donne, Devociones para Ocasiones Emergentes, Meditación XVII, 1624

El Proceso Social

El anterior día viernes 18 de enero ocurrió una enorme tragedia en el Estado de Hidalgo, por la cual se ha dado la pérdida de gran cantidad de vidas humanas. Esto, ocasionado por el estallido de un ducto de PEMEX que estaba siendo recurrido por personas que acudieron al lugar con el objeto de proveerse de gasolina. Fuentes como La Jornada (21/01/19) indican que la cantidad de muertos asciende a 79.
Cierto es que hay dos aspectos a considerar en el asunto de la explosión: por una parte, la imprudencia de la población al acercarse para abastecerse de manera ilegal del líquido, el cual sigue manteniéndose en elevado costo. Por el otro, el de quienes, sin conocer a detalle las situaciones sociales y/o culturales de quienes ahí perdieron la vida y/o resultaron heridos de gravedad, han decidido generalizar y justificar de manera casi sádica e insensible las pérdidas humanas que ocurrieron.
Al consultar en la página del INEGI acerca de la situación de la educación en Tlahuelilpan, los resultados muestran que gran parte de la población tiene un promedio de escolaridad que va sobre los 9 años, es decir, el nivel de estudios es la secundaria. Esto no justifica, sin embargo, que exista una falta de valores por el cual la población se haya visto involucrada en el hurto de combustible de un ducto de PEMEX roto. Sin embargo, es necesario considerar también los aspectos socioeconómicos en los cuales vive la población. Al respecto, el INEGI indica que el grado de marginación de la población por área geoestadística básica (AGEB) es muy alto en la zona, encontrándose en nivel 1 para cerca de un 90 % de la población. Es decir, la mayor parte de los habitantes de Tlahuelilpan tiene acceso muy limitado a recursos.
De acuerdo con Animal Político (21/01/19) originalmente había cerca de 80 personas acaparando combustible, pero al emerger con mayor presión, llegaron a la zona hasta cerca de 800 pobladores para abastecerse. No sería extraño, por lo tanto, que la población que dispone de poco acceso a recursos -y además bajo nivel educativo- aprovechara la situación pese a exponer en peligro sus vidas. Este tipo de conductas de rapiña las hemos visto ya en situaciones que han involucrado a empresas, pero también cuando ocurren accidentes carreteros de vehículos de carga pesada.
Algunos de quienes acudieron a la ordeña del ducto en Tlahuelilpan incluso mostraron videos en redes sociales mofándose de la situación y mostrándose cuasi orgullosos de estar ahí (en particular referencia a un vídeo viralizado donde un sujeto hace alarde “para que no les cuenten”). Por otra parte, se encuentra la confrontación a la autoridad militar que intentó evitar el robo. En otro vídeo, se observa a algunos civiles que se acercan a una camioneta y agreden verbalmente a autoridades del ejército que patrullaban en la zona (uno de ellos cargaba un niño de alrededor de 3 años en los brazos).

La Efervescencia Colectiva
El fenómeno por el cual los seres humanos se conglomeran en sentido de pertenencia con relación a algo, con lo cual se sienten identificados y por medio de lo cual, también, se comportan de una determinada manera es conocido con el nombre de efervescencia colectiva. Esta ocurre cuando las circunstancias permiten la afloración de euforia y otros sentimientos y sentires humanos que son compartidos de manera grupal, y que requiere de un contagio circunstancial de actitudes, emociones y conductas. Es algo que con seguridad todos hemos experimentado en alguna parte de nuestras vidas.
Y pareciera que algo tan naturalmente humano como la efervescencia colectiva es intrascendente cuando los procesos sociales se vislumbran en relación con la extracción de bienes por la vía del robo, porque circunstancialmente no se analiza a los sujetos que lo efectúan. Está mal robar, pero, ¿cuándo se detiene uno a pensar en las circunstancias en las cuales viven quienes efectúan la rapiña? ¿Acaso entre los beneficiarios de la misma no se hallarán verdaderas muestras de necesidad? Piense usted también en los afamados casos de personas pobres que han sido multadas con años de cárcel o cantidades exorbitantes de dinero por robar para una necesidad básica como alimentarse. Y al respecto, podría citarse el caso del robo de un pan en España que llevó a un hombre a enfrentarse a una condena de casi 5 años de cárcel, como ha documentado Excélsior (05/11/2018). Por supuesto, de ninguna manera se trata de justificar lo que éticamente está mal de manera estructural y estructurada, pero sí de ponerse a pensar en que la balanza está dispareja a la hora de poner como equivalentes la gravedad del acaparamiento del hidrocarburo (que quizá si estaba destinado en algunos casos al autoconsumo) con la pérdida de la vida (a modo de castigo por aprovechar “lo que el río lleva”).

El Colapso
El resultado posterior a la tragedia de Tlahuelilpan fue una marea de memes en redes sociales (especialmente el 21/01/19), muchos de los cuales mostraban clara saña y falta de respeto ante la pérdida de vidas humanas. Y no es para más en un ethos por el cual hay una tendencia generalizada a la burla sobre la muerte (en Estados como Veracruz, por ejemplo, es de lo más común convivir o emborracharse cuando ocurren pérdidas de seres queridos). Sin embargo, pareciera que la falta de valores o de empatía hacia los demás queda más que evidenciada en la situación referida. El posmodernismo está haciendo lo suyo y permitiendo que la base de la razón solipsista sea el pilar de la explicación teórica juiciosa y apriórica de las circunstancias.
Quizá esta misma falta de identidad y de respeto hacia los demás es lo que está verdaderamente mal dentro de nuestras propias costumbres, porque por demás que intento comprender por qué alguien debería alegrarse de la muerte de otros, no encuentro otra respuesta más allá del resentimiento social ante las injusticias de nuestro acontecer cotidiano. Existe sin duda un hartazgo hacia estas conductas (devenir histórico de los malos gobiernos y autoridades), que nos ha llevado a la justificación e insensibilización. La burla, la mofa, el otro, no nos importa. Y es más que lamentable, cuando dejamos de comprender que, antropológicamente, somos el espejo del otro.
Lo verdaderamente lamentable es la dirección que le estamos dando al asunto. Toda esa acumulación de rencor y de odio por causa de lo que nos han quitado por las malas, con el tiempo se ha ido quedando rezagado a grado tal de permitirle escapar cada que existe una oportunidad, hacia quienes quizá están pasando un mal momento por la pérdida de un ser querido (¿quién se alegraría de ver morir a un familiar que haya decidido llenarse una garrafa con gasolina de un ducto roto?, ¡usted lo haría?, ¡se ha puesto en los zapatos del otro y considerado todo lo considerable para emitir su opinión?).
Quizá sea buen momento para reconsiderar lo que estamos comunicando en redes sociales, y de replantear el contenido de los memes que compartimos antes de que nos lleven a normalizar conductas de falta de empatía hacia los demás. Si no se atiende el problema a tiempo, las consecuencias en mediano y largo plazo serán graves.

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