Candidatos presidenciales.

Una elección pragmática

Por Plinio Soto Muerza

Los que vivimos la elección del 2006 aún recordamos el nivel de la discusión electoral. En la mayoría de los debates en torno al proceso federal más disputado en la historia reciente de nuestro país, donde la elección se definió por el famoso 0.56% entre el declarado triunfador y el segundo lugar de acuerdo al Tribunal Electoral, existía el ingrediente ideológico y programático. En el abanico de opciones, estaba claro quien representaba la izquierda y quien la derecha.

La derecha política la representaba Felipe Calderón, y su campaña se centró en una propuesta ideológica clara a favor del modelo económico. Fue el propio PAN y sus aliados, los que introdujeron al debate el tema de la discordia, la generación del odio y el clasismo en la campaña federal. El spot de AMLO como el peligro para México, junto al mensaje de una nueva Venezuela, se inscribió en la lógica derechista  latinoamericana del miedo de los poderes económicos a un triunfo electoral de la izquierda.

Por otro lado, la izquierda cobraba forma en la presentación de la coalición “Primero los Pobres”, que aglutinaba al PRD, al PT y a CD, apoyados por un vasto abanico de organizaciones identificadas a la izquierda del espectro político nacional. AMLO era el gran candidato de la izquierda, y pese a que desde la propia izquierda se alzaba un pequeño bloque, organizado en la Otra Campaña, lanzada por el EZLN, nadie podía dudar que la Coalición PRD-PT-CD eran la izquierda mexicana que podía ganar la elección. Era la izquierda posible.

En la elección del 2006 se discutía programa y se debatía por principios. La derecha defendía a ultranza el libre mercado, la apertura a la inversión extranjera en la industria petrolera, clamaba por reformas estructurales que eliminara la rectoría del estado en la economía; estaba claro que la derecha proponía una legislación antiabortista y en contra de cualquier medida que favoreciera el matrimonio igualitario; para la derecha mexicana el 2006 era la coyuntura de caminar en el sendero de las reformas neoliberales de tercera generación, con la apertura de la inversión privada en la industria petrolera, eléctrica, y en cualquier ámbito de lo público.

Por su parte, desde la izquierda era la oportunidad de detener los saldos negativos del modelo neoliberal, el empobrecimiento de la economía familiar, la opción de encontrar desde lo público nuevas formas de participación ciudadana; era fortalecer al estado con vigilancia ciudadana, para que retomara su papel como detonador de inversiones y garante de la equidad social. Dentro del programa de gobierno de la Coalición “Primero los Pobres”, estaba claro que era la oportunidad de volver al tejido social que garantizara un estado social y de derecho, con mejores oportunidades para las familias más vulnerables. Se incluía además, la opción de avanzar en una nueva generación de derechos para revertir la miseria y conquistar la justicia. La opción de la izquierda electoral del 2006 no era para nada anticapitalista o proto-socialista, eso ya no estaba en el horizonte, era sólo una opción reformista, que sin embargo, a la derecha más recalcitrante asustó hasta el tuétano.

La revista cemos memoria, dedicó en sus páginas sendos artículos a la coyuntura 2006, donde algunos intelectuales de gran calado en la izquierda, argumentaron a favor de AMLO como esa opción de la izquierda posible mexicana. Por su parte, desde páginas como Letras Libres, se argumentó por la opción de la derecha. Había en el ambiente una discusión programática e incluso ideológica. Las fobias y filias se expresaron con nitidez.

No es ocioso resaltar que el 2006 estuvo envuelto en la gran discusión latinoamericana de la derecha versus izquierda, que en el cono sur del continente se expresaba en el avance de los triunfos de partidos y movimientos sociales, como las victorias de Chavez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Néstor C. Kirchner en, Argentina, Lula da Silva en Brasil, entre los más importantes. Fue el ciclo de oro de la izquierda latinoamericana, que llegaba al poder con el voto de los ciudadanos que resentían la pobreza ocasionada por el modelo neoliberal y el consenso de Washington, del libre mercado a ultranza. Con sus grandes diferencias, la izquierda latinoamericana aprendía el difícil camino de la responsabilidad del ejercicio público, no excepto de todos los errores que pudiesen existir.

La elección del 2006 en México se presentó como una gran prueba, como un gran plebiscito entre derecha e izquierda, entre mayor estado o menor estado, entre mayor libre mercado o mayores controles gubernamentales, entre ricos y pobres, aunque este último debate en verdad no lo era.

Sin embargo, en este 2018 la elección por la Presidencia de la República así como por el control del Senado y la Cámara de Diputados federal, dista mucho de ser una elección programática o ideológica. No hay bandos claramente identificados con una posición política que les configure una identidad ya sea derechistas o izquierdistas, incluso no existe un abanico de siglas plenamente hacía un lado o hacia otro.

El PAN, partido tradicional de la derecha mexicana, va en alianza con el PRD, con el que hace doce años se enfrentó y pertenece a una tradición política antagónica.  Junto a ellos, el partido patrimonio de Dante Delgado, que se aferra a un frente porque sólo así le representa mantener su registro y sus prerrogativas.

Por el otro lado, Morena, quien en compañía del PT, sorprendió con una alianza con el PES, partido que tiene una amplia base de evangélicos, y que hace tres años en su debut como fuerza parlamentaria defendía un programa de derecha. Más aún, las alianzas que ha tejido AMLO como candidato presidencial con sectores que antes lo criticaban y que no podrían ser catalogados cercanos al programa histórico de la izquierda, hacen difícil entender la candidatura encabezada por Morena como una candidatura pura y genuina de la izquierda mexicana.

Por su parte, el PRI en su debacle, intenta presentar a su candidato como ajeno a los lineamientos clásicos del priismo, es decir, a su pasado “nacionalista y revolucionario”, forzando una candidatura ciudadana que no hace contacto con el propio partido que lo postula, y que en las elecciones locales se atora a la hora de ir en alianzas con los demás partidos que lo apoyan, como el PVEM (caso Chiapas), y Nueva Alianza (caso la CDMEX), presentando un verdadero galimatías electoral, y que la frase echeverrista lo describe; no son de “derecha, ni de izquierda, sino todo lo contrario” .

De tal manera, estamos en presencia de una coyuntura completamente diferente al 2006. No hay en vísperas, una elección ideológica o programática, sino vemos una elección completamente pragmática, donde la construcción de acuerdos amplios y alianzas diversas, puede ganar la elección.

El actual proceso electoral lo más importante es la posibilidad de cambio de rumbo, de terminar con la corrupción lacerante y la impunidad que agravia. Vivimos un momento donde lo más importante es la búsqueda más plural de lo diverso, para reconciliar al país.

En medio de una verdadera guerra, lo importante es desalojar del gobierno a quienes no han podido enfrentar la corrupción porque son parte integral de las redes de complicidad, que han permitido que el gobierno actué como una camarilla.

Se necesita un momento de construcción plural y diversa, para enfrentar el duro momento de descomposición social y de hartazgo generalizado. Lo demás, tiene que ser parte de un debate profundo con una participación ciudadana como nunca se ha visto en la historia. Se trata de acabar con una forma de hacer gobierno, e iniciar entre todos la tarea de la reconstrucción nacional. Aunque en este momento la discusión derecha e izquierda se haga a un lado, pero que sin embargo, no desaparecerá.

 

 

 

 

 

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